El genocidio armenio, un horror todavía vigente

24/Abr/2015

Uypress, Esteban Valenti

El genocidio armenio, un horror todavía vigente

En esta época donde los horrores son transmitidos en directo por las redes sociales por los propios asesinos, aserrando cabezas, fusilando masivamente a sus víctimas en Siria, en Irak, en Libia y en varios países de África, puede resultar difícil de explicar y comprender como es posible que estemos discutiendo a nivel internacional sobre el asesinato de un millón y medio de personas, de mujeres, niños y hombres armenios por parte del gobierno turco de Kemal Atatürk, hace un siglo.
Este 24 de abril se cumplen 100 años desde el inicio del genocidio contra el pueblo armenio por parte del gobierno de los Jóvenes Turcos en el imperio otomano y que continuó luego de finalizada la guerra y desmembrado el antiguo imperio. Una masacre sistemática y organizada que duró hasta el año 1923. También sobre esa ferocidad se fundó la Turquía moderna y secular.
Y ese es otro rasgo específico y particular. Cuando las masacres y los horrores actuales se cometen mayoritariamente en nombre de una fe religiosa, el Islám, Atatürk fue el responsable principal de la creación de un estado laico, de lo que se llama comúnmente la Turquía moderna y los militares se consideran los custodios de ese carácter laico del estado otomano y siguen negando empecinadamente la masacre de los armenios.
El exterminio de los civiles armenios – que duró 8 años ininterrumpidos, a través de ejecuciones masivas, asesinatos selectivos de las principales figuras del pueblo armenio, de marchas forzadas en condiciones de planificada y segura muerte para miles y miles de personas de todas las edades, fue parte de un proyecto político de limpieza étnica y parte de un plan general organizado, ordenado y ejecutado por las autoridades turcas de la época. No hubo ningún exceso improvisado.
Fue el primer ejemplo del siglo XX de la limpieza étnica contra un pueblo, llevada adelante por un estado y sus estructuras burocráticas y militares. Esas mismas estructuras que cien años después se niegan a reconocer ese horror y se hacen los indignados porque el Papa Francisco condena nuevamente el genocidio del pueblo armenio, me refiero a los insultos del presidente turco Recep Tayyip Erdogan cuando dijo refiriéndose a las declaraciones de Francisco: “cuando los religiosos hacen de historiadores, dicen estupideces”.
No voy a tratar de reconstruir la historia que tiene miles de testimonios, de personalidades que a lo largo de este siglo han confirmado de las más diversas maneras, incluso gráficamente las masacres, seguramente lo harán muchos autores, muchos medios de prensa.
Numerosos y prestigiosos historiadores coinciden en que el genocidio tuvo lugar. Por ejemplo, la “International Association of Genocide Scholars” (Asociación Internacional de Estudiosos del Genocidio), una institución académica fundada en 1994 que incluye cientos de estudiosos de genocidios de todo el mundo, afirma oficialmente la existencia del genocidio armenio.
Los países y territorios que han reconocido oficialmente el genocidio armenio son: Argentina, Armenia, Bélgica, Bolivia, Canadá, Chile, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Líbano, Lituania, Holanda, Polonia Rusia, Eslovaquia, Suecia, Suiza,el Vaticano y Venezuela. También las regiones de Escocia, Irlanda del Norte y Gales (Reino Unido), País Vasco y Cataluña (España), Ontario y Quebec (Canadá), Australia Meridional y Nueva Gales del Sur (Australia), Crimea (Ucrania), Ceará y São Paulo (Brasil) han reconocido la existencia del genocidio. Son muchos pero faltan demasiados. Uruguay fue el primer país en reconocer el genocidio armenio.
El gobierno turco que en materia de laicismo ha retrocedido varios casilleros ya ha montado a nivel mundial una gran operación para contar la supuesta “otra historia”, que incluye masacres de pueblos de origen turco como los tártaros en Crimea, en una terrible contabilidad de los horrores y las peores miserias humanas que nada explica ni justifica.
Un acuerdo firmado el 10 de octubre de 2009 por representantes de los gobiernos turco y armenio en Zúrich (Suiza), se estableció la creación de una comisión mixta de historiadores para realizar “un examen científico imparcial de los archivos y documentación” sobre aquellos sucesos, el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos estados y la apertura de su frontera común, ha sido congelado por el gobierno turco con el pretexto de la cuestión de Nagorno-Karabaj. Es una prueba más de que Turquía, cien años después se niega a reconocer el genocidio.
Hay algunas preguntas que me han atormentado desde hace mucho tiempo: ¿Qué tuvo que ver el genocidio armenio con el holocausto (la Shoá) del pueblo judío durante la segunda guerra mundial?
Aparentemente nada, fueron en territorios y épocas diferentes y contra pueblos muy diversos, pero esa es una explicación muy simplista. Es cierto que antes de la Shoá no había una definición clara de genocidio, a pesar de que la historia de la humanidad está marcada por grandes matanzas. Las dimensiones (6 millones de muertos judíos asesinados junto a gitanos, eslavos, comunistas, luchadores sociales) le dio una dimensión y una característica propia y particular.
Pero el primero, el que superó las barreras de toda humanidad y respeto de la vida humana, el que se propuso liquidar un pueblo entero y borrarlo de la faz de la tierra o de esa tierra, fue el genocidio armenio. El que abrió las puertas de esos infiernos con fundamentos de una política de un estado y una ideología fue el gobierno turco de esa época. Y fue una inspiración y una referencia para los alemanes, aliados durante la primera guerra mundial del imperio Otomano.
Antes de la Shoá no había una definición de genocidio. Nadie la había creado. Lo cierto es que existieron genocidios a lo largo de la historia. La humanidad está manchada de genocidios. Sin embargo, ninguno fue tan paradigmático como la Shoá. Ninguno fue tan modélico. Ninguno tuvo las características que el nazismo le imprimió a la Shoá.
El concepto de genocidio fue definido por el jurista judio-polaco Raphael Lemkin, que en 1939 había huido de la persecución nazi. Lemkin compuso la palabra genocidio a partir de genos (término griego que significa familia, tribu, raza o pueblo) y -cidio (del latín -cidere, forma combinatoria de caedere, matar), es decir se definió el delito de Genocidio como “la aniquilación planificada y sistemática de un grupo nacional, étnico, racial o religioso o su destrucción hasta que deja de existir como grupo”. Y eso aunque todavía no hubiera una precisa definición jurídica es lo que sucedió a partir del 24 de abril del año 1915 contra la población armenia, por parte del gobierno turco.
Es una responsabilidad política, ideológica e histórica su ejecución y también lo es su negación durante un siglo. Su negación interna, donde excepto algunos pequeños sectores e intelectuales nunca fue asumida en la propia sociedad turca y es una responsabilidad ante el mundo.
El genocidio es responsabilidad de las máximas autoridades civiles y militares de la época, pero una masacre de esas dimensiones, así como la distribución entre familias turcas de decenas de miles de niños armenios tratados en muchos casos como esclavos, necesita que buena parte de la sociedad turca conozca, participe y se haga cómplice de esos crímenes. Y durante 100 años se le ha negado una discusión de fondo y reparadora a la propia sociedad turca.
No es una cuestión entre los turcos y los armenios, entre los armenios que viven en Armenia y las colectividades armenias distribuidas por el mundo, sino entre Turquía como sociedad, como Nación y sus gobiernos sucesivos y el resto de la humanidad. Y por más esfuerzos diplomáticos, políticos, publicitarios y de comunicación esa terrible responsabilidad de haber masacrado a un millón y medio de personas y mantener el silencio y la mentira de negar ese horror durante un siglo, sigue vigente y oscureciendo la imagen de Turquía. Pasó hace un siglo, pero sigue pasando por el silencio y el ocultamiento.
Es también la terrible responsabilidad de Turquía al haber inaugurado la ideología del exterminio masivo de un pueblo en la modernidad, que fue el modelo adoptado por los nazis. No hace falta buscar literatura que lo pruebe, los burócratas asesinos de los nazis con prolijos registros de las cifras de la muerte, no escribían mucho sobre el holocausto, pero las investigaciones históricas serias son implacables: la Shoá buscó los mismos objetivos y empleó los mismos métodos que los Jóvenes Turcos contra los armenios, a las marchas forzadas y criminales, los ahorcamientos, los fusilamientos masivos, los 26 campos de concentración, los nazis le agregaron las cámaras de gas y los hornos crematorios. Nada más, una innovación digna de los nazis y sus industrias de la muerte y el terror.
Y quiero insistir en un concepto que me parece clave, no podemos, no debemos permitir que este aniversario refiera solo al choque entre dos interpretaciones históricas entre turcos y armenios, entre armenios y turcos, es una responsabilidad de Turquía ante su propia historia y con todos los seres humanos civilizados de este planeta.
No es solo un grave problema de justicia, de verdad histórica es sobre todo y ante todo un tema de civilización, de humanidad, de combatir por los valores del respeto a la vida humana y a los más elementales derechos humanos, ahora y siempre. Mirando el pasado, el presente oscurecido por los aberrantes crímenes en tantas partes del mundo y hacia el futuro despojado de falsas ilusiones.
Que hace 100 años un Estado haya decidido exterminar un pueblo y lo haya hecho y que un siglo después lo siga negando es genocidio, es una terrible derrota para toda la humanidad. Aceptar los silencios, los medio silencios, es una cobardía que no debemos permitirnos.